Margarita Robles ignora a los militares heridos mientras el Ministerio se lava las manos
El caso del teniente Candón es un escándalo mayúsculo que debería estar ocupando titulares y, sin embargo, ha sido relegado al más inquietante de los silencios. Este oficial, víctima de un accidente ocurrido en 2011 en el campo de maniobras de Hoyo de Manzanares, ha pasado los últimos 13 años luchando en los tribunales por algo tan básico como que el Ministerio de Defensa asuma su responsabilidad, repare los daños y se castigue a los culpables. Pero lo que más indigna no es solo el silencio clamoroso de las autoridades, sino el trato humillante al que ha sido sometido: más de una década de batallas legales, 300 euros mensuales en medicamentos que necesita para sobrevivir y un Ministerio que prefiere mirar hacia otro lado.
El 24 de febrero de 2011 quedará marcado en la historia reciente de las Fuerzas Armadas como una de las tragedias más negras en tiempos de paz. Una explosión durante un ejercicio de entrenamiento dejó cinco militares muertos y a otros tres gravemente heridos, entre ellos el teniente Candón. Este suceso destapó no solo las carencias en materia de seguridad durante las maniobras, sino también el abandono total de los supervivientes por parte del propio Estado. Candón, quien por lo menos debería haber recibido un trato cercano y humano por parte del Ministerio de Defensa, ha sido abandonado como si fuera un mero número en las estadísticas, una piedra más en el camino que es mejor evitar.
El precio de vivir: 300 euros al mes en medicamentos que el Ministerio no paga
En lugar de centrar sus energías en recuperar en la medida de los posible su salud, Candón se ha visto obligado a asumir un gasto mensual de 300 euros para poder costear los medicamentos que lo mantienen con vida. Y lo más insultante es que, a pesar de que fue herido mientras servía a su país, el Ministerio de Defensa ha optado por no hacerse cargo de estos gastos. Aquí no hablamos de privilegios, sino de una necesidad básica que el Estado debería cubrir inmediatamente. ¿Es esta la gratitud que reciben aquellos que resultan gravemente heridos en acto de servicio?
Lo que debería haber sido un proceso administrativo ágil y breve se ha convertido en una verdadera pesadilla para el teniente Candón, quien lleva más de una década peleando en los tribunales por los derechos que le corresponden. El Ministerio ha optado por dilatar el proceso, con una burocracia kafkiana que asfixia no solo al teniente, sino a todos los que han sido víctimas de accidentes similares en acto de servicio. Mientras tanto, Candón sigue batallando, no solo contra el deterioro de su salud, sino contra un sistema que, claramente, no está diseñado para proteger a quienes resultan heridos por su actividad profesional.
El silencio ensordecedor de Margarita Robles
Lo que realmente ofende, lo que exaspera hasta al más templado de los ciudadanos, es el silencio sepulcral de la ministra de Defensa, Margarita Robles. En lugar de ofrecer soluciones y mostrar una mínima empatía hacia el teniente Candón y otros militares en su situación, ha optado por ignorar la situación. Su postura de total pasividad envía un mensaje claro: no hay interés en resolver los problemas que afectan a aquellos que han sacrificado todo en defensa de España, por muy apremiante que sea su situación o la de sus familias. ¿Acaso la ministra cree que el caso de Candón desaparecerá por arte de magia si simplemente no se habla de él? Este silencio no solo es vergonzoso, sino revelador de la falta de empatía del Ministerio de Defensa con sus propios trabajadores.
Mientras tanto, el Ministerio sigue lanzando comunicados sobre su apoyo incondicional a las Fuerzas Armadas, organizando desfiles y eventos para ensalzar su imagen, mientras ignora a los heridos y a sus familias. ¿Qué sentido tienen esos gestos vacíos cuando en el día a día, los soldados heridos en el cumplimiento del deber son tratados con desdén y dejados a su suerte? El caso del teniente Candón es una muestra clara de que la maquinaria del Estado está rota, y de que los que deberían velar por la salud y el bienestar de nuestros militares han abandonado por completo sus obligaciones.
Militares Con Futuro: la voz que clama por justicia
Militares Con Futuro ha demostrado ser un baluarte real en defensa de los derechos de los militares, luchando por que casos como el de Candón no queden en el olvido. Sus constantes denuncias no son meras palabras vacías, sino una auténtica rebelión contra el silencio que incomoda a quienes prefieren que el caso se desvanezca en el limbo de los tribunales. En un país que presume de sus Fuerzas Armadas, es inaceptable que sea una asociación la que tenga que procurar mantener en el debate social esta tragedia, mientras el propio Ministerio permanece inmóvil.
El Estado, en deuda con sus militares
El caso del teniente Candón no es solo una historia de injusticia personal, es el síntoma de un problema mucho mayor: el olvido sistemático de aquellos que resultan heridos en acto de servicio. No estamos hablando de una anomalía, sino de una tendencia preocupante que debería alarmar a todos los ciudadanos. Si el Estado no es capaz de cuidar de aquellos que arriesgan su vida por él, ¿qué podemos esperar para el futuro? El caso de Candón es solo la punta del iceberg de una estructura que, claramente, no funciona.
Es imperativo que se revise de inmediato el marco legal que regula la atención a los militares heridos, que se asegure que ningún otro soldado tenga que sufrir el calvario que ha vivido este teniente. De lo contrario, estaremos enviando un mensaje peligroso: que el sacrificio por la patria no tiene recompensa, y que, al final, cada uno queda abandonado a su suerte. ¿Es esa la clase de país en el que queremos vivir?
El valor de un hombre frente al desprecio institucional
El teniente Candón ha demostrado un valor excepcional, no solo en el cumplimiento de su deber como militar, sino en su lucha incansable por la justicia. No se ha rendido, a pesar de que el sistema parece diseñado para quebrar su espíritu. Y esa perseverancia, esa determinación de no dejarse pisotear por la inacción de quienes deberían protegerlo, es lo que lo convierte en un héroe moderno, aunque el Estado se empeñe en ignorarlo.
Su caso es un recordatorio brutal de que, a veces, la batalla más difícil no tiene lugar en zona de operaciones, sino en los pasillos fríos de los tribunales y las oficinas de la administración, donde el silencio y la indiferencia son las armas más crueles.